martes, 19 de mayo de 2020

A vueltas sobre la evaluación en el trabajo docente.

En estos tiempos de profunda crisis, muchos compañeras y compañeros acaso estemos reflexionando acerca de cómo hemos evaluado (la mayoría de nosotros y nosotras) hasta el momento presente, de lo que el Poder pretende que hagamos con la función docente que nos ha encomendado, y de lo que, en realidad, desde una perspectiva libertaria, deberíamos hacer.


No es lo mismo calificar que evaluar. Muchas personas no diferencian la acción de calificar de la de evaluar. Calificar es medir, pero evaluar es más que medir. Evaluar, por lo menos, debería ir más allá de determinar el grado de competencia - que no exhibir (el éxito) o, lo que es peor, castigar (haciendo público el fracaso) con una mala calificación - de la persona alumna partiendo de los resultados de los exámenes o de cualesquier otra prueba o tarea. Sin tener que llegar a la calificación, la persona alumna debería poder ser capaz de reflexionar, de meditar, sobre los resultados de su aprendizaje, así como de tener una visión crítica en relación al proceso colectivo. La evaluación debería tener también en cuenta la adecuación de las condiciones individuales y colectivas para el aprendizaje, ya que - me parece a mí - el principal objetivo de la evaluación libertaria debería ser el de proporcionar una respuesta alentadora a las personas alumnas para que éstas pudiesen proseguir con ilusión y satisfacción su proceso de aprendizaje y educación, asumiendo su libertad y responsabilidad.

Al reducir la evaluación a la simpleza de asignar de una nota ( numérica o cualitativa ) al resultado de una prueba, corremos el riesgo de desalentar y excluir a una parte de la clase; reproducimos así en el escenario del aula (de la clase) - a menudo, sin darnos cuenta - las prácticas de exclusión social que caracterizan el sistema competitivo y marcadamente injusto en el que tanto las personas docentes como las personas alumnas intentamos sobrevivir; alimentamos de esta manera el ego de las personas en detrimento de lo que la enseñanza libertaria quisiera lograr: sustituir la autoridad por el respeto y la responsabilidad, la competición por la cooperación y el apoyo mutuo, el dogma por la razón, las reglas dictadas por las reglas asumidas y discutidas desde la democracia real en el aula, mediante la Asamblea.

El objetivo, a mi entender, no es otro que el de poder facilitar el camino al bienestar de las personas (alumnas y docentes) a través del proceso educativo ético, emocional y de adquisición de conocimiento significativo, a la vez que procurar la necesaria armonía social del grupo, que es la clase. Y todo ello, en aras de la libertad individual de cada persona, concibiéndola como algo inherente a la libertad de todos y todas.

Desligar pues la autoridad de la evaluación, utilizando la Asamblea y la organización de eventos colectivos tales como la exposición de trabajos y cuadernos, las comunicaciones por parte de las personas alumnas a la hora de exponer sus logros a los compañeros y las compañeras, la publicación de sus trabajos y la evaluación de los mismos por pares, demostrarían de facto lo innecesario y pernicioso - en el sentido apuntado - de la calificación.


(...)

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